Eran
días de mayo de un 1990 muy tranquilo en la hermosa ciudad de Moyobamba, las
familias paseaban por la heroica Plaza de Armas de la ciudad, el mercado se
abarrotaba por la gran venta de productos de pan llevar, el sol brillaba arduo
y los árboles se movían al compás de los vientos que de ambos lados movían sus
hojas.
Don
Diógenes era un moyobambino muy creyente y católico, tenía dos hermosos hijos
fruto de su matrimonio con Doña Herlinda, fiel devota y muy trabajadora en los
quehaceres del hogar.
Sus
dos hijos un varón y una mujercita tenían 9 y 7 años respectivamente, vivían en
una casa con una huerta inmensa donde sembraban y cosechaban plátanos, maíz y
maní, los cuales llevaba a vender al mercado central de la Ciudad.
El
mes de mayo traía muchas novedades, habían entes externas que compraban el maíz
y don Diógenes logro ganar algo de dinero extra vendiendo su producto por
cantidades significativas, en su huerta ya era tiempo de cosechar las mazorcas
de maíz, él y su esposa acompañado de sus menores hijos comenzaban a cosechar
cantidades del producto llenaban saco para la venta de ese día.
Don Diógenes logro vender los productos y sembraba más a la semana siguiente, el 27 de mayo de 1990, en una noche de frío por las lluvias, fue a la huerta a arreglar una cerca en mal estado, se apoyó de su linterna para reparar y reforzar su lindero, se sentó un momento viendo el platanal y el maizal que había dejado sembrando, el maíz estaba ya listo para ser cosechado, de pronto escucho un ruido leve, alguien estaba robando el maíz, Diógenes presuroso fue con una vara a ver que o quien estaría haciendo tal hurto.
Fue
despacio y sigiloso hacia donde se emitía el ruido, increíble fue su sorpresa
cuando vio aquel ser que se estaba robando el maíz en un saco negro, no lo
podía creer, siempre creyó que no existía y que eran cuentos para asustar a los
infantes, era el mismísimo "chullachaqui", quien al verse descubierto
molesto le dio la espalda y seguía robando el maíz, Diógenes asustado miraba
sin creerlo, la imagen exacta del demonio, era del tamaño de un niño de diez
años, la piel áspera y arrugada, el rostro de un anciano enojado y con una
nariz grande, un pie largo y delgado, un tambor alrededor de su torso, y la
pata de un animal muy corta que lo hacia cojear, sin salir de sus asombro Diógenes
se armó de valor y con su vara intento golpear al demonio, este lo esquivo muy
hábilmente, y le grito fuerte diciéndole que si no se iba el raptaría a
su menor niña, esto hizo que Diógenes se armara con más valor y olvidando todo,
lo agarro a palos haciéndolo huir.
Al
verlo huir el pobre hombre cayó desmayando y vomitando, de su boca emanaba
espuma como si hubiese tenido un ataque de epilepsia.
Doña
Herlinda, al no ver a su esposo entrar a casa fue a la huerta y lo vio tendido,
de emergencia lo llevaron al seguro social, lo reanimaban, pero no reaccionaba,
pasaron horas y al fin Don Diógenes se recuperó, los médicos no sabían por qué
el desmayo y solo atinaron en decir que era por estrés o alguna fatiga
muscular.
Paso
el día, y la familia regreso a casa, Diógenes fue al cultivo y comenzó a cosecharlo,
su mujer que también lo apoyaba, lo veía muy preocupado, de pronto vio que
varias plantas de maíz estaban sobre el suelo y sin mazorcas, los niños corrían
por allí, el padre se molestó e hizo que se vayan a su casa a jugar; en la
noche vino a visitarlo un hermano suyo, y este en secreto lo comento lo
ocurrido, se miraron en silencio y fueron a la huerta revisaron todo el lindero
y no había rastro de lo ocurrido.
Era
una mañana preciosa del 29 de Mayo, salieron a pasear con sus hijos y disfrutaban
con risas el paseo, Don Diógenes daba por concluido aquel suceso y que era
producto de la fatiga, se reencontraron con Don Tucto hermano mayor de este y
quedaron en cena juntos en la casa de Diógenes.
La
velada era muy anecdótica, risas y juegos por doquier, hasta que sonadas las
campanas de las 11 de la noche, el cielo se estremeció muy fuerte, aquella
noche comenzó un terremoto muy fuerte, las familias vecinas corrían de sus
casas, algunos techos cedían ante tal magnitud, se escuchaban llantos.
Diógenes
salvaguardo con su hermano a su familia sacándolos muy tranquilos afuera de la
casa, pero se dio cuenta que la pequeña hija no estaba, entró a buscarla y no
fue hallada.
El
padre desesperado en medio de la catástrofe buscaba y no hallaba a la niña, de
pronto el techo cayó al suelo y este se salvó de milagro, la madre partió en
llanto, el hermano de Diógenes pasado el sismo fue en busca de ayuda, llamaba a
todos sus vecinos y todos buscaban a la niña.
Ya
casi amanecía y no había rastros de la niña, de pronto un niño oyó un grito
desgarrador, por la Punta de Fachin ya que hasta allí había llegado la
búsqueda, todos escuchaban aterrorizados el grito, creían que algún ladrón o
mal hombre había llevado a la niña para matarla, Diógenes se adelantó y con una
escopeta bajo por las gradas que llevan al barranco de Fachin, lo siguió
una vecina y el hermano del mismo, allí vieron los tres algo espeluznante, la
niña era colgada de los cabellos por un demonio.
El
resto de las personas de la búsqueda, también bajo a ver qué ocurría y vieron
el espectáculo todos gritaban que era el "chullachaqui", este demonio
comenzaba a golpear a la niña y tirar de los brazos, la pequeña desfallecía, Diógenes
sin pensarlo dos veces apunto y disparo contra el demonio, el cual soltó un
grito de dolor y desapareció sin dejar rastro alguno.
Los
vecinos y personas que presenciaron lo ocurrido sin perder tiempo bajaron a la
niña quien se desmayó y comenzó a balbucear cosas sin sentido, la llevaron de
emergencia al hospital y el Doctor la reviso, se dio cuenta de que un brazo se
había dislocado y que emanaba un fuerte olor nauseabundo.
La
niña se recuperó pero los vecinos, estaban atónitos, con el pasar del tiempo ya
no recordaban mucho lo ocurrido y a veces solo decían que la niña había tenido
un accidente jugando con los niños, otros aun lo recuerdan pero no lo quieren creer.
AUTOR : JOSÉ ANTONIO CÓRDOVA WAJAJAY
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