
Anochecía en la selva. Una hermosa luna
llena alumbraba los negros dominios de la noche. Intenso olor a flores de
guabos desparramaba un suave vientecillo por todas partes; era la época en que
estos árboles frutales habían florecido en el bosque.
El rumor del rio cercano llenaba el
ambiente.
El trabajo de molienda de café en el día
había sido muy rudo; por eso; los peones después de haberse bañado al anochecer
en el rio, descansaban echados en esteras de palma, en un espacio libre del
trapiche, conversando en voz alta sobre las mil incidencias de su vida de
trabajadores.
Yo era aún niño; estaba recostado en la
falda de mi madre, que se encontraba sentada en el corredor, junto a uno de los
horcones de la casa del trapiche. Mis ojos hallaban sumo deleite en los
fantásticos paisajes diseñados por la luz luna.
En la inmensa fronda del bosque y en
nuestro alrededor
Las pailas de caldo de caña arrojaban
densos vapores desde los fogones encendidos, rojos,
Llameantes...
Estaba cocinándose el caldo de
caña para hacer chancaca... Unos cuantos peones estaban encargados de cuidar
las pailas hasta buena hora, sacar la espesa cachaza con las espumaderas e ir
agregando el caldo de caña en las pailas.
La calma de la noche era turbada por el
vientecillo juguetón.
Que pasaba haciendo ruido en los ramajes
de los árboles, en el cañaveral, y desparramando aromas de las flores de guabo,
as! como por el bronco rumor del rio y el canto lejano de una que otra ave
nocturna.
De pronto los peones callaron.
¿Oyen? pregunto el abuelo Daniel, medio levantándose, arrimándose de
codos sobre la estera. Los peones en voz baja contestaron afirmativamente, y
trataron de oír con más atención, en igual postura que el abuelo Daniel.
-EL Tunchi... Alguien va a morir.
-Quien sabe uno de nosotros.
-Capaz uno de nosotros esto con los días
contados...
-¿Oyen? -volvió a decir otro de
ellos-más cerca esto silbando...
Otra clase se hace mi cuerpo... Se
estremece...
-Por la orilla del rio esto caminando...
Cerquita esta...
-Alguien se habrá ahogado... Y su alma
baja llorando por
Las aguas...
-Seguro va a pasar por aquí... Vamos a
ayudarlo...
-A ver, cállense -ordeno el abuelo
Daniel.
Yo temblaba de miedo en el regazo de mi
madre. Y mí
Madre, como tratando de calmarse, me
abrazaba fuertemente.
-Esto silbando ya lejos, parece que va
hacia el pueblo...
Más oigan...
-Habrá pasado por el bosque...
-Capaz por nuestro ladito, viéndonos...
Puesto que es alma,
Puede pasar por nuestro lado, sin que la
viérarnos nosotros...
-oíste Silvia? -pregunto de repente, el abuelo Daniel
A mi madre.
-Sí, abuelo Daniel... Pero ya estará
lejos -contesto mi madre,
Como tratando siempre de calmar mi
inquietud.
-Alguien va a morir estos días,
Silvia... Quien sabe alguno
De nosotros o algún
forastero que ha viajado por estos
Caminos... Me acordaran ustedes
-sentenci6 el abuelo Daniel,
Como que se puso a seguir conversando
con nosotros.
Yo y mi madre preferimos quedarnos a oír
la fantástica charla de los peones, que ir a dormir en el cuarto contiguo al
trapiche, por el miedo que nos dominaba en ese momento.
Autor : Prof. EDGAR DAVILA ROSS
Derechos Reservados
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